La amígdala, ¿centro de las emociones?

¿Qué es la amigdala?

La amígdala, o complejo amigdalino, es una estructura subcortical en forma de almendra, situada en la profundidad del lóbulo temporal formando parte del sistema límbico.

Está relacionada con las emociones negativas tales como el miedo o la ira. Es propia de todos los vertebrados, desarrollándose especialmente en los mamíferos desde hace 220 millones de años.

Las regiones descritas como «amígdala» en realidad abarcan una serie de núcleos con distintos atributos funcionales, llamada complejo amigdalino.

Entre esos núcleos se encuentra el grupo basolateral, el núcleo centromedial y el núcleo cortical. El grupo basolateral se puede dividir a su vez en el núcleo lateral, el basal y los núcleos basales accesorios.  

¿Cuál es la función de la amígdala?

Integra la información explícita del procesamiento emocional con la acción;es decir, es la responsable de que podamos escapar de situaciones de riesgo o peligro, y la que nos obliga a recordar nuestros traumas infantiles y todo aquello que nos ha hecho sufrir en algún momento.

Conexiones cerebrales

La amígdala se encuentra conectada con la totalidad del encéfalo, lo que denora su papel integrador en el procesamiento emocional.

Las aferencias procedentes del tálamo y la corteza, tanto límbica como extralímbica, llegan principalmente al complejo basolateral.

El núcleo central recibe su aferencia mayoritaria del sistema autónomo central. Además, recibe influencias prefrontales y orbitofrontales de carácter inhibitorio, que modulan el patrón de descarga amigdalino -induciendo por ejemplo, una inhibición conductual en respuesta a la presencia de rostros desconocidos-. Este control nos permite dominar el miedo en forma racional.

Frente a un miedo irracional nos convencemos a nosotros mismos de que el hecho objetivo no amerita sentir miedo. Se produce una lucha interna entre la irracionalidad de la amígdala y la racionalidad de la corteza. Muchas veces gana la amígdala, generándose de esta manera una fobia.

La amígdala como estructura relacionada con la producción de respuestas emocionales

La amígdala regula constantemente nuestra conducta. Complejos circuitos internos formados entre los núcleos amigdalinos permiten a esta estructura asociar respuestas autónomas simples a respuestas conductuales más elaboradas; regulando la producción de respuestas emocionales tanto innatas como aprendidas.

La amígdala participa también de los sistemas neurales que subyacen al aprendizaje asociativo (condicionamiento clásico y condicionamiento operante), dando lugar a la formación de memorias implícitas al permitir la vinculación de estímulos condicionados con respuestas somáticas, previamente relacionadas con estímulos no condicionados.

Estos procesos pueden realizarse tanto a nivel cortical como a nivel talámico, en este último caso con respuestas de latencia más corta, útiles en situaciones de peligro.

Un ejemplo bien estudiado de la participación de la amígdala en el aprendizaje asociativo y la formación de memoria implícita es el del miedo aprendido, tanto el miedo condicionado simple como reacciones de sobresalto potenciadas por el miedo. Este mecanismo es clave en la generación de los trastornos de ansiedad en el ser humano.

La amígdala no sólo regula el componente autónomo eferente de las respuestas conductuales simples y condicionadas, sino que en ella se guarda el recuerdo mismo, generado a partir del procesamiento emocional y el aprendizaje implícito.

En el almacenamiento de esta memoria implícita participan de una manera sustancial otras áreas, principalmente corticales como el cíngulo y el giro parahipocampal, estrechamente vinculadas de todas formas con la propia amígdala. 

Algunos experimentos

Los experimentos llevados a cabo al respecto por LeDoux, apoyan la existencia de sistemas anatómicos diferenciados para el almacenamiento de los recuerdos de sentimientos y emociones, según sean estos conscientes o inconscientes.

Los primeros se almacenan en instancias corticales (corteza prefrontal), en la amígdala y otras áreas corticales, los inconscientes en el cíngulo y giro parahipocampal.

El patrón de conectividad de la amígdala con la corteza extra-límbica actúa en todo caso de manera bidireccional, de tal forma que esta estructura parece participar también en el procesamiento consciente de la información emocional.

Este procesamiento explícito emplea en parte un sistema beta-adrenérgico de transmisión, cuyo bloqueo dificulta el recuerdo consciente de estímulos ambientales y escenarios cargados emocionalmente.

Teoría asimétrica de conectividad

Cahill (2003) y otros científicos, sugieren una teoría asimétrica de la actividad de la amígdala. Así, las conexiones con la amígdala derecha facilitan un mejor seguimiento o vigilancia de estímulos externos, y las conexiones con la amígdala izquierda facilitan un mejor seguimiento o vigilancia de estímulos internos.

Los recuerdos y experiencias con mucha carga emocional, hacen que nuestras conexiones sinápticas estén asociadas a esta estructura, provocándonos efectos tales como taquicardias, aumento de la respiración, liberación de hormonas del estrés, etc.

Personas que por ejemplo tienen la amígdala dañada, serían incapaces de detectar situaciones de riesgo o peligro.

La mujer sin miedo

Es el caso puntual de SM, como llamaremos a “la mujer sin miedo”. Su caso lleva años interesando a los científicos porque una enfermedad degenerativa, el mal de Urbach-Wiethe, destruyó por completo su amígdala y ello ha tenido consecuencias muy concretas en su vida cotidiana.

Un estudio dirigido por Justin Feinstein, comprobó que la ausencia de amígdala provocó que esta mujer no experimente ningún sentimiento parecido al miedo, debido a que este núcleo cerebral, como vimos, controla esta respuesta en su forma más primaria.

Para poner a prueba a la paciente, primero le pidieron que llevara un diario en el que iba registrando sus sensaciones. También hablaron de sus experiencias en el pasado y en ellas tampoco aparecía rastro de miedo después de la lesión.

Después vinieron las pruebas prácticas: le pusieron arañas, serpientes, la sometieron a sesiones de cine de terror e incluso la llevaron a una casa “encantada” y nada de todo ello provocó el más mínimo temor en la paciente.

Los investigadores de la Universidad de Iowa, asegura que es un caso paradigmático que indica la importancia de la amígdala en la sensación de miedo.

“Hace las cosas al contrario que el resto” -asegura Feinstein- “Tiende a aproximarse a aquellas cosas que debería evitar con absoluta certeza”.

Debido a estos daños en la amígdala, la paciente SM ya había sido objeto de otros estudios neurológicos. Uno de ellos determinaba que la ausencia de amígdala afectaba a su forma de reconocer las expresiones faciales, y en otro se establecía que la paciente no discriminaba la distancia de seguridad con otras personas, igual que cualquiera de nosotros.

Sentimiento de miedo

Aunque el sentimiento del miedo tiene que ver con un complejo entramado en el cerebro y no se puede simplificar tanto como para enfocarlo solo en la amígdala, este último estudio confirma lo que ya se había probado en monos, que su ausencia hace desaparecer el estímulo del miedo.

Daniel Goleman por ejemplo, introdujo el concepto de “secuestro amigdalar” para referirse a esas situaciones en las que nos dejamos llevar por el miedo y o la angustia de un modo que no es adaptativo, que no es lógico y donde la desesperación, nos impide encontrar la respuesta adecuada.

La amígdala no se activa en función de la distancia a la que se encuentre el peligro sino en función de si se aleja o se dirige hacia nosotros.

Es decir, la señal se activaba con más intensidad cuando la araña se acercaba a los sujetos, con independencia de la distancia a la que se encontrara.

La alerta se activa sistemáticamente, incluso en aquellos que no creen tener miedo a las arañas.

Aparte del funcionamiento de la amígdala, la cuestión sobre los miedos instintivos es un viejo debate en Neurociencia, explica Luis Carretié, pero básicamente puede decirse que “lo innato es la facilidad para asociar ciertos estímulos a un peligro”, como la presencia de colores llamativos o la forma en que se mueven las patas de la araña.

“De entrada”, asegura el catedrático, “un recién nacido no tendría miedo, pero sí tendría facilidad para asociar ciertos esquemas de color o formas con una amenaza”.  

Conclusiones

La amígdala está asociada con nuestros recuerdos y nuestra memoria, son muchas las ocasiones en las que determinados hechos están asociados a una emoción muy intensa: una escena traumática de la infancia, un accidente, una pérdida, etc., cuando nuestros sentimientos son más fuertes más conexiones neuronales se suceden alrededor del sistema límbico y la amígdala.

Se está tratando determinar qué procesos bioquímicos afectan a esta estructura para aplicarlos a posibles tratamientos terapéuticos y farmacológicos con los que minimizar los traumas infantiles, como también los trastornos de ansiedad.

Referencias bibliográficas

  1. Cahill, L., Haier, R.J., White, N.S., Fallon, J., Kilpatrick, L., Lawrence, C., Potkin, S.G., and Alkire, M.T. (2001). Sex-related difference in amygdala activity during emotionally influenced of amygdala involvement in emotionally influenced memory storage. Neurobiol. Learn. Mem. 75: 1–9.
  2. Feinstein et al.(16 de diciembre del 2010): “The Human Amygdala and the Induction and Experience of Fear.” Current Biology,
  3. Kandel ER, Schwartz JH, Jessell TM. (2001) Principios de neurociencia. Cuarta edición. McGraw-Hill Interamericana. Madrid,
  4. LeDoux JE (1996) The Emotional Brain. New York: Simon and Schuster.
  5. Nieuwenhuys, Voogd, van Huijzen.(2009) El Sistema Nervioso Central Humano. 4ª Edición. Editorial Médica Panamericana. Madrid.

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